Caperucita contempló esas 124 cuartillas que constituían su primera novela.
Así como Saramago puede tener novelas que se llamen 'ensayo' gracias a la inabarcable posmodernidad, ella había escrito un cuento de hadas que pasaba por novela.
Había un Raskolnikov que servía tragos en un club; un Jonás sin 'ballena' pero que también reclamaba a Dios que no destruyera Nínive. Había brujas y enanos, con horas de entrada fija en sus oficinas, y estaba Dios, como personaje en ausencia, como el Mago de Oz, siempre presente, y no.
Envolvió el documento y lo envió a la dirección de la única editorial que le interesaba. Una casa de edición tan extraña como su documento, porque solo publicaban un libro al año.
Volvió a pedir comida vietnamesa, con la esperanza que fuera la hija del dueño la que le volviera a llevar el encargo.