Caperucita y el Lobo, con ánimo de concederse una tregua, tomaron asiento en la terraza de un café desde donde se ve el bosque de Vincennes. Los árboles cambian de color según la época del año, y éste parecía ser un bosque en primavera de esos, con una esquina rota. A lo lejos se veían las luces de la feria con sus dos ruedas de la fortuna. Diciéndose que el olvido está lleno de memoria, y en vista que el viento de exilio soplaba más tibio y amable que nunca, tomaron café (a él le gustaba leer la borra) y se leyeron en voz alta fragmentos de un libro quizá sacado del buzón del tiempo.