jueves, octubre 14

XXXXIIII

Ahora que Caperucita se convirtió en una escritora con cierto éxito, comenzaba a recibir cartas de admiradores y proposiciones de trabajo interesantes. Todo esto le agradaba pero también le tenía algo preocupada, pues nunca le gustó ser el centro de atención. La Posmodernidad le quitó el estatus de figura pública y eso le venía bien, aunque por otro lado todos en los cuentos de hadas son figuras públicas.
Después de haber tomado unas vacaciones, ahora había que romper la barrera del éxito efímero de una sola novela. El género negro le seguía dando ideas y sentada en un café en la Plaza de la Sorbona se le ocurrió que todos en nuestra vida hemos tenido la vaga, o la muy intensa idea de matar a algún burócrata...

miércoles, junio 16

XXXXIII



Caperucita se despertó por el murmullo de la lluvia en la ventana.
Se levantó sin hacer ruido para no despertar a la muchacha de piel magníficamente obscura, desnuda entre las sábanas de algodón.
Descalza se dirigió a la sala de su minúsculo apartamento, preparó café en la soberbia máquina nueva que había comprado con el adelanto de la editorial.
Abrió las ventanas para oír mejor la lluvia caer y para oler la ciudad húmeda en una mañana obscura y nublada.
La música que oía, como la literatura que ahora creaba, estaba desencajada milagrosamente del tiempo. El aparato reproducía muy bajo uno de sus álbumes preferidos uno con un plátano pintado por Andy Warhol en la portada.
Se encaramó en el respaldo del sofá púrpura hasta quedar a la altura del filo de la ventana y con el primer sorbo de café, guardó el aliento, en un silencio muy hondo.

viernes, mayo 7

XXXXI


En reunión extraordinaria los lobos del concejo editorial discutían en torno al documento en el centro de la mesa. Nunca habían publicado una novela de un autor nuevo, de hecho nunca habían publicado una obra literaria de alguien vivo. Era una editorial de excéntricos en la línea de la demencia urbana, publicaban un libro al año, siempre raro, siempre marginal, siempre con algo de extraordinario. El último había sido una edición conmemorativa de los ochenta años de la versión clandestina de la Historia del Ojo. Tenían la idea, como Cioran, que un libro por sí mismo debe ser fuera de lo ordinario, y por ello evitaban al mínimo introducciones sabihondas y explicaciones superfluas.
Uno de ellos dio con el puño en la mesa y se levantó gruñendo. Los otros ni siquiera se inmutaron: El de la derecha se sumía en el humo de su pipa, el de la izquierda hacía un comentario acerca del documento.
Al final de la noche se llegó al veredicto. Publicarían la novela negra de Caperucita. Como todo cuento de hadas, por muy posmoderno que sea, debe ir ilustrado, llevaría fotografías de un joven talento recién descubierto y que temáticamente quedaban muy bien.
Doscientos veintitrés copias numeradas, la primera edición.

domingo, marzo 14

XXXX 124

Caperucita contempló esas 124 cuartillas que constituían su primera novela.
Así como Saramago puede tener novelas que se llamen 'ensayo' gracias a la inabarcable posmodernidad, ella había escrito un cuento de hadas que pasaba por novela.
Había un Raskolnikov que servía tragos en un club; un Jonás sin 'ballena' pero que también reclamaba a Dios que no destruyera Nínive. Había brujas y enanos, con horas de entrada fija en sus oficinas, y estaba Dios, como personaje en ausencia, como el Mago de Oz, siempre presente, y no.
Envolvió el documento y lo envió a la dirección de la única editorial que le interesaba. Una casa de edición tan extraña como su documento, porque solo publicaban un libro al año.
Volvió a pedir comida vietnamesa, con la esperanza que fuera la hija del dueño la que le volviera a llevar el encargo.

lunes, marzo 1

XXXVIIII Caperucita, escritora.

Caperucita sabía que su primera novela negra estaba lista: Eran unas 120 páginas de naturaleza humana en salmuera. Era una de esas obras que se escriben sin vergüenza y que encima no son vulgares, solo crudas. La violencia y el sexo solo eran una parte pero no el motivo ni el hilo conductor. El hilo eran los motivos humanos: Caperucita había escrito un cuento de hadas posmoderno.

domingo, febrero 28

XXXVIII Un buen día.

Caperucita se levantó de nuevo con gripa. Estaba en una fase asocial.
El viento y la lluvia doblaban los árboles.
Apagó el celular. Activó la contestadora.
Café negro con vodka.
Para la comida llamó al restorán de comida vietnamesa. Le dió dos euros de propina a la muchacha sólo porque le parecía bonita.
Se dedicó a su novela negra todo el día.

miércoles, enero 20

XXXVII

Caperucita en un bosque urbano:
Se sienta en la banca frente al pequeño lago con patos.
Enfundada con botas perfectamente lustradas, falda de lana, abrigo de boutique rojo sanguíneo, bufanda larga y boina muy francesa.
Cambia la música de Judas Priest a J.-P. Rameau en su dispositivo portátil.
Haciendo "auto-geottaging" anuncia en Twitter su posición en tiempo real.
Abre un libro de poesía autografiado.
Hoy ha decidido simplemente sentarse a esperar.