Grabado rupestre en Ti-n-Lalan, Libia
domingo, mayo 9
viernes, mayo 7
XXXXI
En reunión extraordinaria los lobos del concejo editorial discutían en torno al documento en el centro de la mesa. Nunca habían publicado una novela de un autor nuevo, de hecho nunca habían publicado una obra literaria de alguien vivo. Era una editorial de excéntricos en la línea de la demencia urbana, publicaban un libro al año, siempre raro, siempre marginal, siempre con algo de extraordinario. El último había sido una edición conmemorativa de los ochenta años de la versión clandestina de la Historia del Ojo. Tenían la idea, como Cioran, que un libro por sí mismo debe ser fuera de lo ordinario, y por ello evitaban al mínimo introducciones sabihondas y explicaciones superfluas.
Uno de ellos dio con el puño en la mesa y se levantó gruñendo. Los otros ni siquiera se inmutaron: El de la derecha se sumía en el humo de su pipa, el de la izquierda hacía un comentario acerca del documento.
Al final de la noche se llegó al veredicto. Publicarían la novela negra de Caperucita. Como todo cuento de hadas, por muy posmoderno que sea, debe ir ilustrado, llevaría fotografías de un joven talento recién descubierto y que temáticamente quedaban muy bien.
Doscientos veintitrés copias numeradas, la primera edición.
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