Sentada ahí, finalmente Caperucita se dio cuenta que con el psicólogo no iba a llegar realmente lejos.
Le dijo que no podía vivir en los cuentos porque no son reales.
Y cuando dijo "cuentos" hablaba de ellos con la misma entonación de los que confunden los mitos con mentiras.
Y es que el pobre había aplanado tanto el volumen de la realidad que ya parecía uno de sus manuales.
Pero había que concederle algo: Si la implicación de la poética narrativa en la psicología humana le rompió la cabeza a más de un filósofo, sociólogo o historiador, no es de extrañar que rara vez haya estado al alcance de chicas en pullovers rojos y mucho menos de los que se dedican a escucharlas cada semana y ni siquiera tienen un diván de buen gusto.
Y después de escribir esto, el Lobo cerró el ordenador sin presionar ctrl+s y se fue con sus amigos a tomar una cerveza.
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